El periodista que cubrió los conflictos de Pakistán, Irák, Cisjordania, Israel, Gaza, Colombia o Haití, hoy desarrolla su vocación y vive de cerca las manifestaciones sociales que se siguen realizando en Santiago desde el 18 de octubre.
Miércoles 22 de enero de 2020 | 22:27
Ya han pasado tres meses desde que los secundarios se revelaron contra el alza del pasaje en el transporte y la crisis social azotó lo que parecía ser la Europa de Latinoamérica. Las manifestaciones comenzaron a ocurrir a diario en los centros de diversas ciudades del país, siendo Plaza Italia en Santiago, el centro neurálgico de todos los conflictos.
En ese contexto, es que Rafael Cavada ha sido uno de los rostros televisivos que ha participado firmemente en las marchas y protestas, recibiendo incluso algunos impactos por perdigones y balines en su cuerpo.
En una entrevista a The Clinic, el periodista aseguró que todo "se ha transformado en un país donde determinados lugares a determinadas horas, son ocupados por una multitud de gente que se las arregla para decir: "seguimos con la calle tomada, el tema no se puede dejar atrás". Es casi un conflicto de baja intensidad que tiene peaks los viernes. Si tú llegas un martes a Chile probablemente no veas nada del conflicto. Pero después de un par de días, es evidente...", afirmó.
Sobre su experiencia con el toque de queda, Cavada explicó que como anda en moto "pude hacer cosas impensables. El primer día llegué lo más cerca que pude a La Moneda, grabando lo que ocurría hasta 15 minutos antes que empezara el toque de queda. Y de ahí me devolví por las autopistas y llegué a mi casa en 12 minutos. Cuando pasé por la esquina de Providencia con Carlos Antúnez había gente en la calle todavía. Me extrañó. En Chile durante la dictadura, cuando se decía toque de queda 15 minutos antes, la gente desaparecía de la calle. Ya se vislumbraba que no iba a haber un respeto tan grande, entonces pensé que una de las razones podría ser que se anunció tarde. Al otro día la gente estaba parada en Providencia protestando a la hora en que empezaba el toque de queda. Y al día siguiente, 20 minutos después seguían protestando. La desobediencia marcaba cómo se había producido un cambio generacional y de mentalidad. Se acabó el chileno hijo de la dictadura que le dicen toque de queda y se entra pa' la casa. Se asomaba una nueva generación que optaba por el desafío a la autoridad. Para mí fue súper novedoso, fue un fenómeno al que hay que ponerle mucha atención. Ya no es ese Chile que obedecía a la dictadura pinochetista. Es otro Chile que desafía a la autoridad en todos los planos. Hoy día cuando escucho que hay que recuperar la paz, que es una forma bastante poco elegante de decir que hay que recuperar el orden, inmediatamente pienso, ¿será posible recuperar el orden sin ceder en todo lo que está pidiendo mucha gente en la calle? No lo creo. No creo que sea tan fácil. Creo que para recuperar orden hay que conceder cosas y más rápido de lo que se está haciendo", reveló.
Acerca de su experiencia con la gente que frecuenta las manifestaciones, Rafael confesó que "cuando vas a estos lugares donde se producen los enfrentamientos con Carabineros, hay una multitud de seres que pululan ahí. Claro que hay gente que va a robar y romper cosas, gente que tiene una visión violenta de la vida, que tiende a lo ilícito, si se quiere. No es fácil de distinguir porque sus caminos se cruzan constantemente en un lugar donde hay violencia. Hay una generación completa de gente que hasta unos meses era tratada de lúmpen, de flaite, de punga, y que en estas manifestaciones es integrada ante la percepción de riesgo por el enfrentamiento con Carabineros. Los informes han sido demoledores, Carabineros constantemente actúa saliéndose de los protocolos, constantemente actúa con poco cuidado con los manifestantes pacíficos".
Incluso, es enfático y asegura que ha visto faltas de las autoridades:"Lo he visto en más de una oportunidad. Cuando tú disparas lacrimógenas hacia una multitud, estás arriesgando a que alguien le parta la cabeza. Lo he visto y no a los 70 metros. Lo he visto a menos de 30 o 20 metros y se supone que Carabineros no actúa de esa manera. Entonces, cuando el manifestante se ve en riesgo, el primera línea pasa a ser su escudo de defensa y el tipo que va a romper, a robar, pasa a ser un mal súper asumible, porque la otra posibilidad es que Carabineros avance, te gasee, te tire balines y nadie te defienda. Entones de nuevo, en la lógica de bueno y malo, las manifestaciones han asumido esta primera línea como parte de sí misma y al tipo que va y saquea, como un precio que hay que pagar. Y es súper perverso que ocurra. Deberíamos ser capaces de auto protegernos sin permitir que haya delitos, de saqueos, de quemas, como ocurre en manifestaciones a lo largo de todo el mundo. En esta ocasión no ha resultado porque también creo que ha habido mucha violencia acumulada durante mucho tiempo. Me ha tocado ver acá en Providencia como se enfrentan los jóvenes, los escolares con Carabineros y el nivel de violencia es preocupante. Van y le gritan de todo a los Carabineros a 20, 30 centímetros, algo que nosotros jamás hubiéramos hecho. Mientras todo el mundo graba y se producen ambientes donde cualquier pequeña chispa inicia el fuego. Es todo muy confuso. Creo que voy a la primera línea del combate para ver lo que ocurre ahí, porque está súper mitificado y todo el mundo cree que sabe lo que pasa y si no has participado de ello, es fácil caer en la trampa de separar a buenos y malos con líneas súper rígidas".
¿Cómo lo han recibido en las protestas?
Imperan códigos de respeto muy grande, porque sí, hay garabatos, esta cosa física de violencia, pero a mí nunca me han pegado. Me han dicho: "¿que estai haciendo acá si tú soi' un payaso de la tele?". Me lo han dicho y bien. Y otros han dicho: "el loco ha estado acá muchas veces o me han dicho, Rafa, gracias por estar acá, por fin viene alguien que sale en los medios"... El que se me haya permitido moverme ahí es para mí un gran halago, es mucha fortuna, pero también es una responsabilidad muy grande porque es fácil y hay una enorme demanda por separar a los violentos de los no violentos, a los buenos de los malos, como si la realidad se viviera en blancos y negros y esa es una de las cosas que nos trajo hasta acá. El medir la realidad de manera simplista es una de las cosas que nos trajo donde estamos.
¿Quiénes son los que participan de las manifestaciones?
Es bastante más complejo de lo que se piensa porque son súper aperrados. Creo que ahí mucha gente encontró pertenencia. Y ojo, es complicado cuando encuentras la validación en la violencia, cuando pasas de ser un don nadie, un tipo despreciado por la sociedad, tratado de flaite, a cuando en la violencia, tus camaradas de armas te legitiman. Eso es muy parecido a lo que pasa en las Fuerzas Armadas en un combate; se legitiman a través de su capacidad de participar en un combate y de ejercer violencia. Cualquier uniformado te va a decir que eso genera espíritu de cuerpo, genera pertenencia, genera una capacidad de entrega por los tipos que están a su lado que es muy difícil de romper. Por eso las asociaciones de veteranos se siguen viendo después de 20 años de haber estado al frente... Imagínate que en 20 años más van a haber 300 personas que van a decir: yo soy de los que perdió un ojo en los combates de Plaza Italia contra Piñera. Eso está generando algo que no sabemos que va a ser. Nuestras autoridades tienen un problema de orden público hoy, pero que tiene un abanico de connotaciones bastante más impredecibles.
¿Qué imágenes te han impactado de la calle?
Creo que las imágenes más fuertes que vi se produjeron en Carabineros de Chile (...) De la oleada de gente que llegaba, salían personajes con balines, con impactos de lacrimógenas en las costillas, gaseados enteros y luego volvía otra oleada y así durante horas. Eso impresiona mucho porque mi generación se acostumbró a que Carabineros avanza, la gente se dispersa y no vuelve o vuelve una hora después, más tarde. Acá no, volvían a los dos minutos. Y volvían a tomar posición y avanzaban, avanzaban, retrocedían de nuevo. Esto habla de una cosa muy enconada, donde la ola pega siempre en el mismo lugar, es rechazada y vuelve a avanzar. Esto habla de un fuego muy grande que arde en la gente que está ahí, de uno y otro bando y de una falta de visión de nuestras autoridades. Jamás debió permitirse que esto llegara hasta esos límites. Yo no puedo creer que gente que estudia toda la vida sobre estas cosas no sea capaz de elaborar una técnica más compleja que disparar balines de goma.
"Yo voy a estos lugares, primero porque es mi trabajo. Creo que los periodistas tenemos que estar donde ocurren estas cosas. Segundo, porque se me permite. Tercero, porque creo que debemos colaborar al registro y a la interpretación de lo que está ocurriendo ahí porque si no caemos en el esquema simplista de buenos y malos y empieza a hacerse más fuerte el clamor del que dice: tienen que agarrarlos a balazos, córranle tiros y esas tonteras que cuando las veo en redes sociales, me causan malestar físico (...) Déjame ponerlo en otros términos. Es mi vocación. He hecho esto en Pakistán, en Irák, en Cisjordania, en Israel, en Gaza, en Colombia, en Haití, todos lugares conflictivos y en todos podría haberme quedado dos cuadras más atrás. A mí me gusta mi pega, me gusta lo que hago, me hace sentir útil", confesó Cavada.
PADRE Y PERIODISTA
"Hay días en que pienso: "tengo ganas de estar con mi hija". Tiene un año siete meses, trata de hablar, repite cada cosa que uno dice, mi hijo está recién nacido, mi señora tiene una tremenda carga de pega con esto y yo estoy, como muchos me han dicho, hueveando en Plaza Italia. Pero cuando eso me pasa, me acuerdo que fue mi señora la que me dijo el primer día "anda a Plaza Italia y graba". Mi familia me ha apoyado muchísimo en esto. En algunas ocasiones siento que hay una generación completa más joven que yo que podría hacerlo, pero también siento la responsabilidad de ser alguien que ha visto muchos procesos en Chile, muchos procesos afuera, que conoció la dictadura, que conoce la historia reciente de este país y que tiene algo que decir en la lectura de los hechos que están ocurriendo", enfatizó el periodista.
¿Cuál es el panorama que se espera?
Marzo va a estar denso porque estamos en la primera semana de enero y hemos avanzado muy poco. El nivel de reyerta política es muy alto. Va a haber cansancio para esa fecha y van a haber las ganas de ambos de volver decir: estamos renovados y con más fuerza. Tiendo a ser optimista en lo que se refiere a la mentalidad del ciudadano común y corriente. Y tiendo a ser no tan optimista con nuestros representantes políticos y con el estamento más combativo de la calle que está cansado y ese cansancio retroalimenta su rabia. La clase política no logra entender que esto se da dirimiendo en una cancha que no es la habitual. Cuando escucho que "no es posible que los violentos impongan su agenda", habría que decir que hace años, para que en este país te escuchen, tienes que cortar una calle, pasó en Freirina, en Tocopilla, en Aysén, en Punta Arenas, ha pasado a lo largo de todo Chile.
¿Si hubiese sido pacífico esto, se lograba algo?
-No. La marcha no más AFP juntó a más gente que la marcha del millón y no logró ningún cambio real y para peor, cuando nuestras autoridades vieron el nivel de violencia, perdieron todo pudor y empezaron a hacer concesiones. Entonces reafirmaron la idea de que si despliegas la suficiente cantidad de violencia, vas a lograr que se muevan como nunca antes se han movido. Eso es perverso para una sociedad democrática y ya está instalado. Y vamos a tener que hacer mucho esfuerzo para desandar ese camino. Acá hay una cantidad de traumas oculares sin precedentes y una cicatriz súper grande. Tal como en el 73, generamos un hecho de violencia que tiene dos interpretaciones absolutamente contrapuestas. En 40 años más van a seguir siendo visiones contrapuestas y eso es muy delicado para una sociedad que quiere avanzar en paz.