La producción llegó esta semana al streaming, generando opiniones divididas y desatando pasiones en la prensa y canales de YouTube. ¿Una cinta que explota el dolor de su protagonista o una mirada descarnada a una tragedia? Lo cierto es que no puedes dejar de verla.
Este semana se estrenó en Netflix la esperada biopic sobre la icónica estrella de Hollywood, cuyo pelo rubio platinado, la cadencia de su voz y su figura han sido un símbolo sexual por más siete décadas.
Decir que en la producción dirigida por Andrew Dominik acompañamos a Norma Jeane Baker, el verdadero nombre de la actriz nacida en 1926, por sus mejores y peores momentos es quitarle lo mejor que tiene para ofrecer: A cada momento de gloria se le arranca el glamour y aparece una sensación de desdicha; en los episodios de felicidad aparece una congoja, porque sabes cómo todo termina.
Parte de lo que disfrutaremos en el filme de 2 horas y 45 minutos se basará en cuán dispuestos estemos a que nos cambie la opinión sobre la rubia y, tanto como lo anterior, si logramos entrar al juego que propone Blonde, olvidar qué es cierto y qué fantasía, y sólo observar esta pesadilla que bien puede ser una versión para adultos y chocante del cuento de la caperucita y el lobo feroz.
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La gran estrella de Blonde es su protagonista y el punto de encuentro de las críticas con miradas dispares. La performance de la actriz de 34 años ha sido halagada casi de manera unánime.
El desafío de Ana de Armas no era sólo el de dar vida a un rostro casi omnipresente, que continúa vivo como ícono de moda en Instagram o en decorados de ropa, sino en interpretar a una difícil Monroe, al mismo tiempo inocente, torturada y pasional; lejos de las biopic más complacientes como Elvis (2022), King Richard (2021) o Bohemian Rhapsody (2019), más emparentada con la atormentada Diana en Spencer (2021) de Pablo Larraín.
Además del detallado trabajo de maquillaje para explotar el insospechado parecido de Ana con Marilyn, tampoco pasa desapercibido el trabajado tono de voz tan característico de la rubia y su gestualidad que logra balancear la imitación de manías y la interpretación incluso en las duras escenas sexuales.
Y este es justamente el principal de los triunfos de la protagonista: Ser una actriz en el papel de una persona dañada (Norma Jeane), quien interpreta un personaje (Marilyn Monroe) para las cámaras y que, a su vez, dio vida a otros personajes en el cine. Y es así donde brilla, en ese confuso espacio mental, en ese juego de capas en el que el límite entre el comienzo de la fantasía y el fin de la realidad se desdibuja.
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La relación poliamorosa al comienzo de su fama también es mencionada en la novela, pero no se tiene ningún antecedente de que haya ocurrido. Diferente es lo que ocurrió con sus dos matrimonios, con el posesivo Joe DiMaggio (Bobby Cannavale) y con Arthur Miller (Adrien Brody), quien nunca dio crédito a sus capacidades.
En tanto que la escena más controversial, dolorosa y turbia, aquella con John F. Kennedy y que obligó su calificación casi pornográfica (solo apta para mayores de 17 años), es más compleja. Es cierto que Marilyn tuvo algún tipo de relación con el ex presidente, pero no hay datos que corroboren lo sordidez de lo que sucede en ese cuarto de hotel.
Entonces, ¿por qué ficcionar y no apegarse a los hechos? En sencillo, la intención es acercarnos al estado emocional y psicológico de Marilyn, no recrear una biografía oficial. Y ya lo dijo la misma Oates en The New Yorker: “Las cosas reales que le pasaron a Marilyn son mucho peores de las que muestra la película”, pero este filme es “probablemente más cercana a lo que ella realmente experimentó”.
Las historias sobre la muerte de Marilyn Monroe, del abandono de su padre y los abusos, y de su madre con trastornos mentales, no son nuevas. Y Hollywood vaya que lo supo capitalizar creando una figura apetecida para los hombres, un modelo para las mujeres y un mito con moraleja sobre quien se acercó tanto al sol que terminó derritiendo sus alas de cera.
Pero aquí había una deuda de la que Blonde intenta con desenfreno ponerse al día: la bestialidad y frialdad con la que la industria del entretenimiento la usó y desechó. Dejar de romantizar su tragedia para entender que bajo el vestido blanco levantado por el viento habían traumas, sueños pisoteados y algo más complejo de procesar: Una mujer que creó un personaje que la intoxicó, que el resto devoró y se terminó extinguiendo en soledad.
La rubia de sonrisa amplia y ojos apagados llega a su primeros papeles siendo abusada en todas las formas imaginables y las agresiones son explícitas. No hay espacio ni tiempo para sutilezas ni insinuaciones, en Blonde los excesos mandan y si un productor quiere aprovecharse de su estrella a puertas cerradas nosotros estamos junto a Marilyn y ella nos mira de vuelta, convenciéndose que es el precio a pagar.
En cada uno de sus papeles eternamente seductores y alegres, ya sea como Nell en Niebla en el alma (1952), Lorelei en Los caballeros las prefieren rubias (1953) o simplemente como “la chica” en La tentación vive arriba (1955), Marilyn/Norma se iba resquebrajando un poco más mientras, paradójicamente, más fama y dinero obtenía para intentar olvidarse de los dolores que arrastraba.
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Ana de Armas se dejó la piel en cada escena, especialmente en las que la cámara devora rincones íntimos de su cuerpo, poniéndonos en una nada cómoda posición de voyeuristas que la expone sin misericordia. Y a medida que la trama avanza y el estado mental de Norma Jeane Baker tambalea, va quedando más claro, si cabe, que estamos en una pesadilla.
Y si las violaciones no fueran indicador del horror de este cuento de hadas truncado sin final feliz, la película de un paso más y nos sitúa en su afectado estado mental con arriesgadas decisiones, como la inclusión de fetos parlantes y de abortos que parecen sesiones de tortura que no necesariamente están resueltos de la mejor manera.
Todo podría caerse a pedazos rápidamente, pero si logra funcionar y no hace que los públicos se vayan es por el atrevido estilo y la elegante forma en que fue filmada. Andrew Dominik creó escenas en base a recordadas fotografías de Marilyn y decidió grabarlas respetando el material original, saltando entre escenas en color y blanco y negro. Es decir, si recreó una foto que estaba en color, rodó en color; si era en blanco y negro, la filmó en blanco y negro.
Esta particular forma de contar la historia ayuda a que los momentos que ponen a prueba la tolerancia de los y las espectadoras puedan sobrellevarse recordando que es una fantasía siniestra, que todo lo que vemos es cómo lo percibe Marilyn Monroe, la eterna rubia de Hollywood, quizás la cenicienta más trágica de la vida real de la historia del cine.